El pecado de pedir un rey de la nación de Israel. El inicio de las tragedias. Pt 1. Serie: Monarquía
- Juan Escobedo
- 5 may 2020
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Actualizado: 7 may 2020

El gobierno de Israel era administrado en el nombre y por la autoridad de Dios. La obra de Moisés, de los setenta ancianos, de los jefes y de los jueces consistía simplemente en hacer cumplir las leyes que Dios les había dado y no leyes creadas por imaginación, opinión o intuición humana. Esta era y continuaba siendo la condición impuesta para la existencia de Israel como nación.
El Señor previó que Israel desearía un rey, pero no consintió en cambiar en manera alguna los principios en que se había fundado el estado. El rey había de ser el vicegerente del Altísimo. Siempre el segundo al mando, nunca el primero. Dios había de ser reconocido como cabeza de la nación, y su ley debía aplicarse como ley suprema del país.
Cuando los israelitas se establecieron en Canaán, reconocían los principios de la teocracia, y la nación prosperó mucho bajo el gobierno de Josué. Pero el aumento de la población y las relaciones con otras naciones no tardaron en producir un cambio. El pueblo adoptó muchas de las costumbres de sus vecinos paganos, y así sacrificó, en extenso grado, su carácter santo especial. Gradualmente perdió su reverencia hacia Dios, y dejó de apreciar el honor de ser su pueblo escogido. Atraído por la pompa y ostentación de los monarcas paganos, se cansó de su propia sencillez. Surgieron celos y envidias entre las tribus. Fueron éstas debilitadas por las discordias internas; estaban constantemente expuestas a la invasión de sus enemigos paganos, y estaban llegando a creer que para mantener su posición entre las naciones debían unirse bajo un gobierno central y fuerte. Cuando dejaron de obedecer a la ley de Dios, desearon libertarse del gobierno de su Soberano divino; se generalizó por toda la tierra de Israel la exigencia de que se creara una monarquía.
Aparte de desde los tiempos de Josué, jamás había sido administrado el gobierno con tanta sabiduría y éxito como durante la administración de Samuel. Investido por la divinidad con el triple cargo de juez, profeta y sacerdote, había trabajado con infatigable y desinteresado celo por el bienestar de su pueblo, y la nación había prosperado bajo su gobierno sabio. Se había restablecido el orden, se había fomentado la piedad, y el espíritu de descontento se había refrenado momentáneamente; pero con el transcurso de los años el profeta se vio obligado a compartir con otros la administración del gobierno, y nombró a sus dos hijos para que le ayudaran.
Con el consentimiento unánime de la nación, Samuel había dado cargo a sus hijos; pero no resultaron dignos de la elección hecha por su padre. Por medio de Moisés, el Señor había dado instrucciones especiales a su pueblo para que los gobernantes de Israel juzgaran con rectitud, trataran con justicia a la viuda y al huérfano, y no recibieran sobornos de ninguna clase. Pero los hijos de Samuel “se ladearon tras la avaricia, recibiendo cohecho (soborno) y pervirtiendo el derecho.” Los hijos del profeta no acataban los preceptos que él había tratado de inculcarles. No imitaban la vida pura y desinteresada de su padre. La advertencia dirigida a Elí (el mentor descuidado de Samuel en su juventud) no había ejercido en el ánimo de Samuel la influencia que debiera haber ejercido. Samuel había sido, hasta cierto grado, demasiado indulgente (permisivo) con sus hijos, y los resultados eran obvios en su carácter y en su vida.
La injusticia de estos jueces causó mucho desafecto, y así proporcionó al pueblo un pretexto para insistir en que se llevara a cabo el cambio que por tanto tiempo había deseado secretamente. 1 Samuel 8-12.
No se le había hablado a Samuel de los abusos cometidos por sus hijos contra el pueblo. Si él hubiera conocido la mala conducta de sus hijos, les habría quitado sus cargos sin tardanza alguna; pero esto no era lo que deseaban los peticionarios. Samuel vio que lo que los movía en realidad era el descontento y el orgullo y que su exigencia era el resultado de un propósito resuelto y terco. No había queja alguna contra Samuel. Todos reconocían su integridad y su sabiduría; pero el anciano profeta consideró esta petición como una censura dirigida contra él mismo, y como un esfuerzo directo para hacerle a un lado. No reveló, sin embargo, sus sentimientos; no pronunció reproche alguno, sino que llevó el asunto al Señor en oración, y sólo de él procuró consejo.
Y el Señor le dijo a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te dijeren: porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. me han dejado y han servido a dioses ajenos, así hacen también contigo.”
Quedó reprendido el profeta por haber dejado que le afligiese la conducta del pueblo hacia él como individuo. No habían manifestado falta de respeto para con él, sino hacia la autoridad de Dios, que había designado a los gobernantes de su pueblo. Los que desdeñan y rechazan al siervo fiel de Dios, no sólo menosprecian al hombre, sino también al Señor que le envió. Menoscaban las palabras de Dios, sus reproches y consejos; rechazan la autoridad de él.
Jesucristo dijo: “El que a ustedes escucha, a mí me escucha, y el que a ustedes rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió.” Lucas 10:16.
Los tiempos de la mayor prosperidad material y social de Israel fueron aquellos en que reconoció a Jehová como su rey, cuando consideró las leyes y el gobierno por él establecidos como superiores a los de todas las otras naciones. Moisés había declarado “Esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es ésta.” Deuteronomio 4:6. Al apartarse de la ley de Dios, los hebreos no llegaron a ser el pueblo que Dios deseaba hacer de ellos, y quedaron luego tan completamente cegados por el pecado que imputaron al gobierno de Dios todos los males que resultaron de su propio pecado e insensatez.
El Señor había predicho por medio de sus profetas que Israel sería gobernado por un rey; pero de ello no se desprende que esta forma de gobierno fuera la mejor para ellos, o según su voluntad. El permitió al pueblo que siguiera su propia elección perversa. Oseas declara que Dios les dio un rey en su “furor.” Oseas 13:11. Cuando los hombres deciden seguir su propio sendero sin buscar el consejo de Dios, o en oposición a su voluntad revelada, les otorga con frecuencia lo que desean, para que por medio de la amarga experiencia subsiguiente sean llevados a darse cuenta de su insensatez y a arrepentirse de su pecado. A veces, la peor forma de hacerle daño a alguien es dándole lo que tanto desea. El orgullo y la sabiduría de los hombres constituyen una guía peligrosa. Lo que el corazón ansía en contradicción a la voluntad de Dios expresada en su palabra resultará al fin en una maldición.
Al sentir que dependían de Dios, los hebreos se verían constantemente atraídos hacia él. Serían elevados, ennoblecidos y capacitados para el alto destino al cual los había llamado. Pero si se llegaba a poner a un hombre en el trono, ello tendería a apartar de Dios los ánimos del pueblo. Confiarían más en la fuerza humana, y menos en el poder divino, y los errores de su rey los inducirían a pecar y separarían a la nación de Dios.
Se le indicó a Samuel que accediera a la petición del pueblo, pero advirtiéndole que el Señor la desaprobaba, y haciéndole saber también cuál sería el resultado de su conducta. Con toda fidelidad les expuso las cargas que pesarían sobre ellos, y les mostró el contraste que ofrecía semejante estado de opresión, tiranía y crueldad frente al estado comparativamente libre y próspero que gozaban en ese momento sin rey.
Su rey imitaría la pompa y el lujo de otros monarcas, y ello haría necesario cobrar pesados tributos en sus personas y sus propiedades. Exigiría para sus servicios los más hermosos de sus jóvenes. Los haría sus esclavos. Las hijas de Israel serían llevadas al palacio. Tomaría lo mejor de lo mejor de todos y de toda la nación entera para su propio beneficio.
—Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os oirá en aquel día.” Por malvadas que fueran sus exigencias, una vez establecida la monarquía, no la podrían hacer a un lado a su gusto.
Pero el pueblo contestó: “No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las gentes, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras.”
Los israelitas no se dieron cuenta de que ser en este respecto diferentes de las otras naciones era un privilegio y una bendición especial.
Aun hoy subsiste entre los profesos hijos de Dios el deseo de amoldarse a las prácticas y costumbres mundanas. Cuando se apartan del Señor, se vuelven codiciosos de las ganancias y los honores del mundo. Los cristianos están constantemente tratando de imitar las prácticas de los que adoran al dios de este mundo. (El enemigo de Dios). Muchos alegan que al unirse con los mundanos y amoldarse a sus costumbres se verán en situación de ejercer una influencia poderosa sobre los impíos. Pero todos los que se conducen así se separan con ello de la Fuente de toda fortaleza. Haciéndose amigos del mundo, son enemigos de Dios. Por amor a las distinciones terrenales, sacrifican el honor de Aquel que nos “ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.” 1 Pedro 2:9.
Con profunda tristeza, Samuel escuchó las palabras del pueblo; pero el Señor le dijo: “Oye su voz, y pon rey sobre ellos.” El profeta había cumplido con su deber. Había presentado fielmente la advertencia, y ésta había sido rechazada. Con corazón acongojado, despidió al pueblo, y él mismo se fue a hacer preparativos para el gran cambio que había de verificarse en el gobierno.
La vida de Samuel, toda de pureza y devoción desinteresada, era un reproche perpetuo tanto para los sacerdotes y ancianos egoístas como para la congregación de Israel, orgullosa y sensual. Aunque el profeta no se había rodeado de pompa ni ostentación alguna, sus obras llevaban el sello del cielo. Fue honrado por el Redentor del mundo, bajo cuya dirección gobernó la nación hebrea. Pero el pueblo se había cansado de su piedad y devoción; menospreció su autoridad humilde, y le rechazó en favor de un hombre como rey.
En el carácter de Samuel vemos reflejada la semejanza de Cristo. Fue la pureza de la vida de nuestro Salvador la que provocó la ira de Satanás. Esa revelaba la depravación oculta en los corazones humanos. Fue la santidad de Cristo la que despertó contra él las pasiones más feroces de los que con falsedad en su corazón, profesaban ser piadosos.
Los judíos esperaban que el Mesías quebrantara el yugo del opresor; y sin embargo, albergaban los pecados que precisamente se lo habían atado en la cerviz y en esclavitud. Si Cristo hubiera tolerado sus pecados y aplaudido su piedad, le habrían aceptado como su rey; pero no quisieron soportar su manera intrépida de reprocharles sus vicios. Despreciaron la hermosura de un carácter en el cual predominaban en forma suprema la benevolencia, la pureza y la santidad, que no sentía otro odio que el que le inspiraba el pecado. Así ha sucedido en todas las edades del mundo.
La luz del cielo trae condenación a todos los que rehúsan andar en ella. Cada vez que se sientan reprendidos por el buen ejemplo de quienes odian al pecado, los hipócritas se harán agentes de Satanás para hostigar y perseguir a los fieles. “Todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución.” 2 Timoteo 3:12.
Bibliografía:
Todo este relato está basado en todo el capítulo 8 del libro 1 Samuel en la Biblia:
Además, es ocupado el relato de forma modificada el libro Patriarcas y Profetas. Capítulo 59; "El primer rey de Israel" de la autora finada Elena G de White.
Link del libro y del capítulo: https://m.egwwritings.org/es/book/183.3142#3142
Este es el primer blog dedicado a la serie de la monarquía de Israel. Entre al inicio de la página para ver todos los blogs y todas las partes de la historia.
Link de mi canal YouTube por si me quieren conocer poco más: https://www.youtube.com/channel/UCrF9TsDybnlQdRhFVAT6Hxw?view_as=subscriber
Solo a Dios la Gloria.
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